lunes, 1 de diciembre de 2014

Todo el mundo quiere conectarse

Todos anhelamos conectarnos

YOROKOBU
MIÉRCOLES, 26 DE NOVIEMBRE DE 2014 

Imaginaos pidiendo el código WiFi gratuito de un cibercafé. Imaginaos tomando asiento, dispuestos a surfear por la web mientras os tomáis un milkshake con cookies o un zumo de guayaba. Todo muy hipster. Tu vecino de mesa está instamagreando su applestrudel, haciendo una pausa antes de continuar escribiendo su entrada en el blog. En una pantalla mural de la pared emiten un mashup de dos divas del pop.

¿Dónde estamos? No es el barrio de Mision en San Francisco. Ni siquiera una gran ciudad occidental. Estamos en Login Café, en un barrio de Jundi Al Majhoul, en la Franja de Gaza, territorio palestino, tal y como nos cuenta Frédéric Martel en su reciente libro Smart. Internet(s): la investigación. Una demostración de que Internet está cambiando e intercomunicando el mundo mucho más de lo que creemos.

Cerca de aquí, en la calle Shohadan, hay una tienda de telefonía: los teléfonos básicos, llamados “teléfono pre-Android”, son baratos, pero los smartphones todavía son prohibitivos. Quizá la razón estriba en que aún no ha llegado el 3G. Como la gente sufre penurias económicas es una firme defensora de las iniciativas gratuitas, el procomún o el creative commons, como Wikipedia, Firefox o Linux. Sorprende que desde aquí se puedan llegar a oír los bombardeos mientras se navega y se lanzan consignas a lo Richard Stallman.

Cuba cyberlibre

No importan los imponderables, ni siquiera la pobreza. Todos anhelamos comunicarnos, navegar, visitar YouTube, enviar correos electrónicos, jugar a videojuegos, consultar la blogosfera, incluso ver porno alemán.

Por eso, en 2011, se tendió un cable submarino de 1.600 kilómetros de fibra óptica entre Venezuela y Cuba a fin de acelerar la velocidad de conexión la isla de Cuba, uno de los últimos países del mundo en permanecer casi privado de acceso a la Red. Pero las cosas están cambiando rápidamente, como explica Martel:

Tras dos años de inercia, el régimen castrista autorizó por fin en verano de 2013 la apertura de un centenar de cyber points, una especie de “salones” de Internet, abiertos a todo el mundo. Pero sus tarifas prohibitivas todavía limitan el acceso.

Los cubanos quieren Internet en su casa, anhelan entrar en la aldea global y consumir la información que todos nosotros consumimos. La información quiere ser libre, como dijo Stewart Brand en la primera Conferencia de Hackers de 1984, y por eso aquí se reparten los llamados “paquetes”: discos duros en los que se albergan series de televisión, libros en pdf, música y toda clase de cosas descargadas de una Internet verdaderamente libre, sin restricciones. Hay gente que los compra y luego los revende, y otros los alquilan para consumir selectivamente lo que necesitan.

Algunos de estos paquetes se producen en Miami para colarse en el país como una droga de contrabando. Otros probablemente los confeccionan miembros de la administración con acceso total a Internet a fin de sacarse unos pesos extra.



SOLES en Nueva Delhi

Ambientes de Aprendizaje Autoorganizados (SOLES) es una creación del físico indio Sugata Mitra, que se interesó por la educación de todos los niños que no podían permitírsela. A través de ella, Mitra pretende introducir terminales de ordenador protegidos para el robo con un banco para sentarse. En cada banco pueden sentarse cuatro niños que tendrán la posibilidad de internarse en los vastos terrenos de Internet.

Además, en SOLES colaboran grupos de abuelas reclutadas en todo Reino Unido que dedican una hora a la semana de su tiempo para hacer de tutoras de esos niños a través de Skype.

Pudiera parecer que un ordenador para un grupo de chavales que no conocen tal tecnología es una pérdida de tiempo, pero Mitra, cuando era jefe de investigación y desarrollo de NIIT Technologies, llevó a cabo un experimento revelador al respecto. Tras dejar un ordenador y un ratón con conexión a Internet en un barrio marginal, perfectamente protegido para los hurtos y el vandalismo, descubrió lo que explica Peter H. Diamandis en su libro Abundancia:

Los chicos que vivían en el barrio no hablaban inglés y no sabían cómo utilizar el ordenador ni tenían conocimientos de Internet, pero eran curiosos. En cinco minutos averiguaron cómo señalar y hacer clic. Al acabar el primer día estaban navegando por Internet (y lo que es aún más importante) enseñándose unos a otros cómo hacerlo.



CyberÁfrica

Gracias a la tecnología inalámbrica e Internet, el continente africano parece haberse saltado una generación tecnológica, así, zas, de golpe. De repente, millones de personas que no conocían los postes telefónicos disponen de teléfonos móviles, como si hubieran llovido del cielo, en una suerte de culto Cargo contemporáneo sin connotaciones religiosas o como en aquella escena de Los dioses deben estar locos en la que un tribu contempla fascinada una botella de Coca-Cola. En el año 2000, el 2 % de la población tenía teléfono móvil. En 2009, el 28 %. En 2013, el 70 %.

La penetración del 2G y el 3G también ha sido extraordinaria entre 2011 y 2014. Si en 2011 había 500 millones de teléfonos móviles en África y 15 millones de smartphones, en 2015 se estima que haya más de 700 millones de teléfonos móviles y 127 millones de smartphones. Todavía es el continente con menos WiFi del mundo, pero eso está cambiando rápidamente, y Google también está desarrollando el plan O3B: lanzar 180 satélites para ofrecer banda ancha a los lugares donde aún no llega el cable de fibra óptica.

Tal y como explica Peter H. Diamandis:

Gente sin educación y con poco para comer ya han tenido acceso a la conectividad inalámbrica de la que no se había oído hablar hace tan solo treinta años. Ahora mismo, un guerrero masai con un teléfono móvil tiene una mayor capacidad de comunicación que la que tenía el presidente de Estados Unidos hace veinte años. Y si tiene teléfono inteligente con acceso a Google, entonces cuenta con un mejor acceso a la información de la que tenía ese presidente hace solo quince años.




No se trata solo de que los masai se cuenten chismorreos entre sí a través de Whatsapp usando los ubicuos emoticonos de la flamenca (si es que aciertan a saber qué significado tienen…), se trata también de que millones de personas entren a jugar en la partida global: conocimientos compartidos, colaboración, arquitecturas tipo Wikipedia, micromecenazgos a lo Kickstarter, una larga lista de opciones 2.0 y, sobre todo, la posibilidad de ver más allá del propio horizonte.

Los teléfonos móviles se valoran más que muchos otros recursos básicos, por ello, en 2007, Nigeria tenía 30.000.000 de altas de móviles. En Kenia, por ejemplo, KAZI 560, una agencia de contratación, emplea móviles para conectar a trabajadores potenciales con empleadores potenciales. 60.000 keniatas encuentran trabajo a través de Internet. En Zambia, los campesinos usan el teléfono móvil para comprar semillas y fertilizantes. En 2005, en Níger, los móviles se usaron para gestionar el sistema nacional de distribución de alimentos, evitándose así una hambruna. Isis Nyong´o ha manifestado que el impacto de los móviles en África ha tenido “más o menos el mismo efecto que pasar a tener un gobierno elegido democráticamente.”

Frédéric Martel también nos introduce en la vida cotidiana de Sipho Dladla, un joven visionario que dirige el Kliptown Youth Program, en Soweto, al sudeste de Johannesburgo, un gueto en el que vive casi un millón de personas y nos recuerda poderosamente a la película Distrito 9. El programa aspira a formar digitalmente a sus habitantes a fin de que entren en la aldea global. A pesar de que aquí ni siquiera existe la carretera asfaltada. Tampoco hay agua corriente potable o electricidad. Sin embargo, todo el mundo tiene móvil. La tecnología parece la salvación.

Gracias al móvil se comunican unos con otros, oyen la radio. También es muy popular la linterna integrada del móvil. Tal y como escribe Martel:

Sin electricidad, los móviles se recargan con las baterías de los camiones o con pequeños paneles solares. La conexión a Internet pasa en general por una llave 3G. En un bungaló del Kliptown Youth Program, unos jóvenes andrajosos consultan su página de Faceook en unos PC conectados con gruesos cables a Internet. Otros utilizan una aplicación, muy popular en Sudáfrica, denominada Mixit, que permite enviar gratuitamente mensajes instantáneos a los amigos desde cualquier teléfono móvil. También veo a unos chiquillos sentados en el suelo que matan el tiempo con videojuegos en pequeños portatiles de 100 dólares de plástico verde manzana, los famosos portátiles XO regalados por la ONG americana One Laptop per Child.

La iniciativa One Laptop per Child, creada por Nicholas Negroponte en 2005, ya opera en la educación primaria de Uruguay, y desde 2010 ha enviado quince millones de portátiles a niños de Kenia, Uganda, Tanzania, Ruanda y Burundi.

Así, África es el continente que más está siendo reconfigurado gracias a las TIC, como si éstas fueran placas tectónicas desbocadas. Terremotos tipo Matrix que los ciberfilántropos están propiciando, y que muchas empresas aprovechan para enriquecerse mientras mejoran la vida de sus habitantes: Nokia admite que gran parte de sus beneficios obtenidos en 2009 proceden de su penetración en el mercado africano. Los pobres, los mil millones en crecimiento, usan la Red para convertirse en una fuerza de mercado emergente.

Imágenes | Pixabay

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