viernes, 30 de enero de 2015

De cómo el automóvil se ha convertido en un innecesario (y caro) objeto de lujo

De cómo el automóvil se ha convertido en un innecesario (y caro) objeto de lujo


Sí, tener coche es muy romántico. Constituye la libertad de movimiento sin trabas. El horizonte siempre delante de ti. Accionar la llave de arranque, que el relé propicie que las bujías de incandescencia queden conectadas a la corriente procedente de la batería, encendiéndose al mismo tiempo que la luz testigo en el tablero. Poner en marcha el motor cuando se apaga dicha luz y conducir a punta de gas, escrupuloso, llevando a cabo cada movimiento con exactitud artesanal. Pura poesía mecánica.
Porque si no tienes coche, no eres nadie. Sobre todo en países como Estados Unidos, donde se puede conducir desde los dieciséis años (pero no se puede beber hasta los veintiuno) y donde las horas y horas que los conductores pasan en su coche han provocado dos efectos inesperados. El primero, que el número de soportes para vasos sean un complemento determinante a la hora de escoger modelo de coche. El segundo, que se haya desarrollado mayor incidencia de cáncer de piel en el brazo izquierdo, que es el que queda apoyado en la ventanilla (en países donde se conduce por la izquierda, el cáncer de brazo es más común en el brazo derecho).
Tener un coche se ha convertido en algo tan natural que apenas dedicamos tiempo a reflexionar lo que nos cuesta. De hecho, los coches valen cada vez menos, así que ¿dónde está el problema? El problema reside, básicamente, en que las alternativas a tener un coche en propiedad también son cada vez más baratas y ofrecen otras muchas ventajas
Sí, tener coche es muy romántico. Pero también es romántico viajar al espacio, y no nos pasamos la vida trabajando para pagarnos un viajecito a la ISS: preferimos tumbarnos en una playa de noche y contemplar las estrellas. O ver la nueva de Star Wars en el IMAX.
Mejor conectar que excluir
Afortunadamente, tener coche en propiedad empieza a estar demodé. Las nuevas generaciones, criadas bajo el paraguas 2.0, conciben la libertad de un modo ligeramente distinto: no ya tanto como excluir a los demás, conducirse de forma autónoma por una carretera, lejos de todos, sino conectando, interactuando, por ejemplo a través de las redes sociales como Facebook o Twitter.
De hecho, en una encuesta reciente se revelaba que, por primera vez, el 46 % de los conductores de entre 18 y 24 años de edad estaban dispuestos a prescindir de su coche a cambio de otra cosa: conectarse a internet.
También los jóvenes tienen menos coches, pero más smartphones: en 1998, el porcentaje de jóvenes de 19 años que tenían permiso de conducir era del 64,4 %; en 2008, era del 46,3 %. Al preguntarse a 3.000 jóvenes nacidos entre 1981 y 2000 cuáles eran sus marcas preferidas de una lista de 31, entre las diez primeras no había ninguna marca de coche, pero sí Google.
La era de compartir
Además de preferir la socialización 2.0, también parece más importante compartir. Desde CouchSurfing hasta Wikipedia, el auge de compartir en vez de poseer parece ser la tónica en la generación Y. Lo mismo sucede en el ámbito de los coches, donde cada vez hay más empresas que facilitan el compartirlo. En 2012, 800.000 estadounidenses ya eran miembros de alguna asociación para compartir coche, tal y como explica Jeremy Rifkinen su libro La sociedad del coste marginal cero:
Más y más jóvenes se unen a asociaciones para compartir automóviles donde pagan una pequeña cuota a cambio de acceder a un automóvil cuando lo necesiten. Al hacerse socios, reciben una tarjeta con un microchip que les permite usar vehículos estacionados en distintos puntos de las ciudades. Los socios reservan los vehículos por internet o mediante aplicaciones para móviles.
Esta clase de uso compartido también reduce las emisiones de gases contaminantes, pues los miembros de estas asociaciones condujeron un 31 % menos que cuando poseían un vehículo, lo que supuso en Estados Unidos una reducción de 482.179 toneladas en las emisiones de CO2. Es decir, usar estos servicios hace que la gente sea más proclive a usar transporte público, bicicleta o su aparato locomotor en forma de piernas. Por cada vehículo compartido dejan de circular 15 vehículos particulares.
El coste del lujo sobre ruedas
La gente que conduce el típico coche-polla nos puede producir cierta tristeza o incluso hilaridad. Coches de alta gama (en ocasiones mucho más incómodos que los coches de gama media) que cuestan un riñón y parte del otro. Pero no cabe engañarse: incluso los coches relativamente económicos tienen un coste semejante al alquiler de un piso en una gran ciudad. En Estados Unidos, poseer y mantener un coche normal tiene un coste de centenares de dólares al mes, casi el 20 % de los ingresos de una familia, lo que lo convierte en el segundo gasto más elevado después de la vivienda.
Echemos cuentas. Letra del coche (pongamos 200 € al mes / 2.200 € al año), seguro anual (400 €), combustible (50-100 € al mes / 1.000 € al año), impuesto de circulación (70 €), parking (80 € al mes / 900 € al año), permiso de conducir, revisiones, aceite, consumibles varios, reparaciones por el desgaste natural (500 € al año). Son cifras orientativas. A algunos les parecen cifras que se quedan cortas; otros, que no es para tanto en algún gasto en concreto. Pero en resumidas cuentas, a ojo de buen cubero, tenemos un gasto fijo anual de 5.000 €. Un coste que, a medida que transcurren los años, se incrementa de resultas de reparaciones de mayor cuantía.
Una vez adquirimos una vivienda, el precio del inmueble no deja de subir, es sencillo de vender al mismo precio o a un precio superior, con lo cual constituye una inversión relativamente segura. También se puede arrendar. Por el contrario, a las 24 horas de comprar un coche, este ya ha perdido un tercio de su valor. Y seguirá perdiéndolo, lo usemos o no. Los coches cuestan casi lo mismo que un piso de alquiler o un poco menos que las letras de un piso en propiedad, pero si tenemos en cuenta que su valor se pierde por un sumidero cada día que pasa, entonces podemos colegir que los coches cuestan mucho más que los pisos en propiedad.
¿Entonces qué le pasa a la gente? ¿Está rematadamente ciega? No necesariamente. En primer lugar, hay individuos conscientes del dispendio que supone un coche particular, pero aun así están dispuestos a realizar el sacrificio pecuniario porque le compensa emocionalmente. Aunque no lo podamos comprender, hay gente que disfruta de su coche, y cuestionar su gasto sería como cuestionar el gasto de un letraherido en un incunable. Pero las más de las veces no se trata de este caso. Lo que sucede es que tendemos a hacer lo que hace la mayoría, con el piloto automático, el cruise control activado.
Para probarlo, Jonah Berger, Blacke McShane y Eric Bradlow calcularon hasta qué punto influye que tu vecino o amigo se compre un coche para que tú hagas lo mismo. Al parecer, los ciudadanos de Los Ángeles tenían una mayor probabilidad de adquirir un coche nuevo si otros habitantes de Los Ángeles habían adquirido coches recientemente, un fenómeno que se producía en menor medida en ciudades como Nueva York. La razón estriba en que en Los Ángeles hay más gente que acude al trabajo en coche, y en Nueva York prima el metro. Según estos autores, una de cada ocho ventas de coches se debe a esta influencia social. Y esa influencia se observaba sobre todo en ciudades donde la gente usaba más el coche, o donde había más horas de sol: lo que permite ver con más facilidad el coche que conduce la persona que está a tu lado.
A la inversa, esta contaminación social también influye en el hecho de que en ciudades como Ámsterdam haya más bicicletas que coches. Una de las razones más poderosas que empujan a la gente a comprar una bicicleta, o incluso permite que los conductores de vehículos a motor sean más respetuosos con los ciclistas, es sencillamente que se vean más bicicletas por las calle, tal y como ha analizado Tom Vanderbilt en su libro Tráfico.
Es decir, que solo es necesario que un número suficiente de personas advierta lo absurdo que es comprar un coche, y el resto vendrá rodado (siguiendo con las metáforas automovilísticas).
Las ventajas de alquilar o compartir
En Estados Unidos, un vehículo permanece inactivo, por término medio, el 92 % del tiempo, siendo así un activo fijo extremadamente ineficiente. Sin embargo, alquilar o compartir un coche nos evita estos y otros gastos, como el mantenimiento, el seguro, los permisos y los impuestos de circulación.
Los servicios para compartir automóviles también propician el uso del vehículo eléctrico. Frost and Sullivan estimaque en 2016 serán eléctricos dos de cada diez vehículos compartidos nuevos, y uno de cada diez vehículos compartidos en total.
Si Uber fue la revolución 2.0 del alquiler de coches con chófer, otras tantas iniciativas auguran que ocurrirá lo mismo con el alquiler de coches sin chófer. Con servicios como RelayRides, por ejemplo, el propietario de un vehículo puede compartirlo con otros usuarios. Cada propietario puede fijar una tarifa por hora, determinar el horario de alquiler y comprobar los antecedentes de los usuarios que deseen alquilarlo. Tal y como lo explicaJeremy Rifkin en su libro La sociedad del coste marginal cero:
El usuario paga la gasolina y la reparación de cualquier avería que sufra el vehículo mientras lo usa. El dueño del automóvil recibe el 60 % de la cantidad que abona el usuario y RelayRides se queda con el 40 %. Por su parte, los propietarios se encargan del mantenimiento de sus vehículos, pero como los vehículos nuevos y muchos vehículos usados tienen una garantía que incluye revisiones gratuitas y un mantenimiento básico, los propietarios solo pagan los gastos fijos. Un propietario puede ganar entre 2.300 y 7.400 dólares al año con unas tarifas de alquiler que van de 5 a 12 dólares por hora. Puesto que un propietario normal gasta de media unos 715 dólares al mes en su vehículo, este sistema para compartirlo reduce significativamente el coste de poseerlo y mantenerlo.
Servicios como couchsurfing auguran que próximamente podremos alquilar vehículos sin intermediarios, reduciendo el coste hasta niveles ridículos. Será más barato que tener un coche en propiedad, indudablemente, pero también mucho más barato que tomar un taxi o hasta determinados transportes públicos en determinadas frecuencias horarias. Las ciudades del futuro, pues, no se medirán por el lujo de los coches que conducen las clases más pudientes, sino por el hecho de que hasta las clases más pudientes usarán el transporte público u otras modalidades de transporte compartido. Y los que conduzcan su coche-polla, aún producirán más extrañeza que nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario