domingo, 30 de noviembre de 2014

Relato: Soy adicta al WhatsApp

Relato: Soy adicta al WhatsApp


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DOMINGO, 30 DE NOVIEMBRE DE 2014 18:14 GMT
Retomamos nuestro relato de los domingos con una historia de pequeñas locuras y grandes adicciones. ¿Habéis conocido a alguien que no pueda dejar el móvil ni un solo segundo sólo porque necesita comunicarse conWhatsApp? ¿Vais con la app abierta incluso cuando camináis por la calle? Seguramente no tengáis un problema, pero siempre hay personas que llevan sus rutinas hasta el extremo poniendo en peligro su salud y de quienes las rodean. ¿Intrigados? Pues de eso va la historia: de pequeñas adicciones que se acaban convirtiendo en un gran problema. ¿Leemos?
Soy adicta al WhatsApp
—Hola, soy Laura. Y soy adicta al WhatsApp.
Laura había subido al pequeño escenario de la sala con una mezcla de miedo y vergüenza rebozándole el interior del estómago sin que el malestar se expandiese más allá de los escasos dos segundos que tardaron sus compañeros de terapia en contestarle.
—¡Hola, Laura!
El saludo fue sonoro y único, hilándose todas las voces en una clara y rítmica que respondió en representación del cansancio, de la falta de autoestima y del descontrol que acusaban todos y cada uno de los que se encontraban en la sala. A los que Laura miró por separado, posando sus ojos en el alféizar de la mirada contraria, tratando de recoger ánimos para iniciar su discurso y recibiendo no sólo ánimo, también empuje para resistir el envite de una adicción que amenazaba con destruir todo lo que para ella resultaba importante.
—No sé muy bien cómo he llegado hasta aquí, pero supongo que mi historia será parecida a la vuestra —Laura hizo una pausa para tragar saliva proyectando mentalmente el camino por el que discurriría su narración. Bebió un trago de la botella de agua que había depositado sobre el atril y prosiguió—. Empecé a usar WhatsApp como todos, enviando mensajes a mis amigos y a mi pareja, principalmente. Y cuando me quise dar cuenta… Mi día transcurría entre conversaciones, grupos insaciables de atención y consultas al móvil tan frecuentes que cada vez que miraba mis manos allí estaba el teléfono: burlándose de mí como yo misma me burlaba de quienes no me entendían. Estaba totalmente enganchada, ahora lo sé. Y me destruía poco a poco…
—¿Cómo descubriste que esa adicción te estaba perjudicando?
La pregunta de la terapeuta había sido concisa y directa; aunque cargada con un tono suave y conciliador que, lejos de provocar malestar, animaba a confesar hasta los más oscuros pecados. Sentada en el extremo izquierdo de la sala, justo entre el pequeño escenario y las filas de asientos que servían para el público, guiaba la sesión marcando las pautas y las intervenciones; aunque siempre interrumpiendo lo justo para no impedir que los pacientes se desnudaran en lo emocional. Y Laura estaba a punto de desprenderse de su ropa interior cargada hasta arriba con culpa.
—Fue mi novio quien me lo dijo —prosiguió Laura tratando de mantener la compostura. Su voz quebrada evidenciaba el esfuerzo—. Me lo dijo justo con estas palabras: “WhatsApp te está jodiendo”. Y era verdad. Yo le había echado en cara el hecho de no responder a uno de mis mensajes: tras ver la doble marca azul horas antes de que él contestara, le acusé de engañarme y de no querer contarme sus secretos —Laura detuvo su intervención visiblemente emocionada, echó mano de un pañuelo arrugado que mantenía en uno de los bolsillos traseros de sus pantalones, se sonó con fuerza enjugándose el moqueo del llanto amortiguado y prosiguió; no sin antes guardar el pañuelo en su sitio—. Cuando nos vimos después de que me ignorase —remarcó el verbo alentada aún por el despecho—, mi novio me dijo que estaba loca, que no tenía derecho a acusarle sin motivo y que había perdido el norte por estar todo el día mirando el WhatsApp. Me comentó que había escuchado por la radio un reportaje sobre esta terapia, y me dio un ultimátum: o me recuperaba o cortábamos nuestra relación.
—Eso según la opinión de tu novio —intervino la terapeuta alzando los ojos de su cuaderno de notas. Laura se giró hacia ella esperando un consejo que le hiciera sobrellevar la culpa—. Me refiero —continuó la psicóloga, psiquiatra y coach, por ese orden—, a que es tu novio el que cree que WhatsApp te ha destrozado la vida y está a punto de destrozar vuestra relación.
—Yo… —balbuceó Laura—. Yo también lo creo.
—El principal problema es tu inseguridad y tu necesidad de excesivo control, WhatsAppp es sólo un canal por el que han aflorado esas necesidades.
—Pero… Yo nunca he sido así.
—¿Seguro que no has necesitado conocer dónde estaba tu pareja en todo momento? —Laura apartó la mirada avergonzada; el resto de los pacientes se removió visiblemente en su silla—. Incluso mucho antes de tener una aplicación de mensajería. Le habrás llamado, te habrás sentido insegura cuando no has conseguido controlar todo lo que sucedía alrededor… Como suelo decir, el problema no es la herramienta, es quién la utiliza. Y si tu estado emocional no es el más saludable, la actitud que canalizarás por cualquier vía siempre será aquella que consiga afianzar la seguridad en ti misma. ¿No es así?
La terapeuta torció la cabeza hacia la derecha esperando la reacción a sus palabras. Y ésta no se hizo esperar: “¡NECESITO QUERERME MÁS!”, gritaron todos a coro, terapeuta incluida. Laura, por su parte, memorizó aquel mantra sintiendo que éste descendía a su subconsciente con extrema suavidad. Igual que un conejo que se introduce de un salto en su madriguera, aquellas tres palabras buscaron refugio en su interior encontrando, extrañamente, todas las puertas abiertas.
—Para ser tu primera intervención lo has hecho muy bien —Laura se envalentonó todavía más con los elogios—. Seguro que para la próxima vez eres capaz de soltarte mucho más —la terapeuta devolvió la mirada a su libreta, esperó a que Laura volviera a su asiento entre el público y entonó el nombre del siguiente orador—. Mario, sube a contarnos tus progresos.
—Hola, soy Mario. Y soy adicto al WhatsApp.
—¡Hola, Mario! —Gritaron todos, Laura incluida. Y por primera vez para la chica, aquel grito sonó libre.

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